La broma era un auténtico problema para los navíos del siglo XVII y XVIII.
Se trata del Teredo navalis. Este bivalvo descrito y bautizado por Carl Von Linné en 1758 produce una larva que presenta rápidamente una forma inhabitual entre los bivalvos, ya que se alarga y desarrolla hasta alcanzar los 20 cm. La larva es libre y planctónica. El adulto coloniza las maderas sumergidas, cascos de naves, buques, pilotes, postes, árboles, troncos, creando una galería de 30 cm donde pasará el resto de su vida. Este molusco de apariencia frágil está dotado de una resistente cabeza perforadora capaz de perforar las duras maderas tropicales, inaprovechables hasta el siglo XX para la industria humana por su dureza. Se alimenta de la madera que desmenuza, pero se nutre principalmente, como la mayoría de los bivalvos, filtrando el agua que circula en su organismo por medio del sifón situado en el extremo posterior de su cuerpo. Las paredes de la galería que excava están solidificadas por una fina secreción blanca calcárea, que forma un tubo de 20 a 30 cm, lo cual le permite vivir largo tiempo en maderas frágiles, esponjosas, blandas o muy descompuestas. Vive probablemente en simbiosis con bacterias que le ayudan a atacar y digerir la madera. Distintas especies de bromas y teredos pueden vivir en un mismo tronco flotante o sumergido, asistidas de numerosas especies de crustáceos isópodos, los cuales se sitúan sobre todo en el exterior del tronco.
El problema de las bromas fue solucionado cuando los cascos comenzaron a recubrirse de materiales como el cobre. Ya en el siglo XX se utilizaron pinturas especiales. Es curioso que el molusco afectaba en mayor medida dependiendo de las clases de madera, por ejemplo los barcos españoles construidos en el en el astillero de La Habana (siglo XVIII ) sufrían menos este contratiempo frente a los que se construían en la península, como en El Ferrol o en Cartagena. La broma afectaba más en los mares más salados y templados que en los dulces y fríos, donde no sobrevivía. Por ejemplo en navío sueco “El Vasa”, hundido en el año 1628 en el frío Mar Báltico y reflotado más de 3 siglos después, apenas habría sufrido problemas en su madera.

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